Por Manuel Enrique Lambis
Peña
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Fotografía: Fredi Goyeneche |
Juan Polo, es el nombre que se le da al sector
Norte de la Ciénaga de la Virgen, nombre impuesto por los moradores del
entorno.
Juan Polo, el Personaje, nació en 1920,
de padres nativos de la boquilla. En su madurez alcanzó una estatura de 1.70
mts y fornido, impregnado por la herencia africana en su fortaleza, color de
piel, ojos y cabellos; heredó de su padre el arte de la pesca, su moral y
buenas costumbres. Murió a los 52 años, según se dice, porque nunca se halló su
cuerpo, sólo su bote, atarraya y demás aparejos de pesca. Parece que se integró
a los espíritus que habitan el manglar y la ciénaga.
Lo cierto es que propios y extraños
comentan haberlo visto alguna vez, después de su desaparición, en su bote,
pescando y abstraído en la ciénaga que lleva su nombre. Siempre pescó solo,
conociendo que el arte de la pesca en bote, con atarraya, requiere como mínimo
de un compañero; pero así debía ser, dado que él vivía más en la ciénaga que en
su propia casa y los compañeros no se sometían a ese “capricho”. La ciénaga era
y es “espantosa”, lo que indica que se oían ruidos, como cuando caía la
atarraya del Mohán para quitarle la pesca a algunos pescadores. En otras
ocasiones se veía una luz o lamparita navegar por todo el espejo de agua,
golpes a los botes, voces de espantos, etc.
Cuenta Marcial Díaz Ortega, que una vez
capturó al Mohán, sintió un cardumen de peces y lanzó la atarraya, al halarla
la sintió pesada pero el peso bajaba al seno de la atarraya y al meter la mano
por debajo de la atarraya logró agarrar una cola inmensa de pez. En el mismo
instante salió el dorso del Mohán, quien con fuerte aletazo partió la atarraya
y escapó.
Sin embargo, Juan Polo no temía a
espantos y a cualquier hora del día o de la noche lo veían en su bote con su
atarraya y abstraído, como quien mantiene una conversación con el entorno. Se
cree que se comunicaba con los vientos, el manglar, las aves, los peces, el
agua y los espíritus. Para ser tan hábil pescador le sobraba mucho tiempo, pues
sólo llevaba a su familia lo necesario para vivir y resolver los problemas
económicos. Hace 60 años la ciénaga era tan pródiga y tan densa en peces que
saltaban y caían dentro de los botes. Muchas veces no era necesario pescar para
comer.
Cuando salía de la ciénaga, Juan Polo
se dirigía a su casa en la calle principal del pueblo, tres cuadras antes de
donde queda la Iglesia Católica, de Norte a Sur; allí lo esperaba su esposa y
tres hijos varones, les entregaba el producto de su trabajo, su amor y
convivían por ratos los ingredientes del hogar. Cumplido su deber, según él,
volvía a la ciénaga.
Era respetuoso de las costumbres y de
la buena moral: tales como: Asistía con solidaridad, como todo el
pueblo, a los caídos en desgracia, aportándoles viandas y dinero. Asistía a
todos los entierros. Participaba y compartía en las fiestas Patronales del
Pescador en conmemoración a San Juan Bautista. Participaba y compartía en la
fiesta de la Virgen del Carmen, donde todos se visten con ropa nueva, elevan
altares en las puertas de las casas, oran, asisten a la procesión, toman ron,
bailan pero al lado de sus familias y vecinos allegados. Respetaba pero no
compartía las creencias en brujos y brujas de magia negra o blanca; hoy en día
estas creencias persisten. Creía menos en las brujas parederas, que escuchaban
los problemas íntimos de los hogares a través de las paredes de bahareque o de
sacos de fique zurcidos, para más tarde proponer soluciones a dichos problemas.
Honraba como todos la Semana Mayor, pero el viernes Santo volvía al ecosistema
en recogimiento, meditación o comunicación con los habitantes bióticos,
abióticos o espirituales de la Ciénaga, no pescaba.
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Fotografía: Fredi Goyeneche |
Desde su desaparición existe en la
conciencia colectiva y en la conducta de los pescadores el deber de respetar el
Viernes Santo y no realizar faenas de pesca en la ciénaga, porque Juan Polo los
reprende. Cuentan que Toño Seca, quien violó la norma, salió el Viernes Santo a
pescar y lo encontraron el Sábado de Gloria ahogado, enredado en su propia
atarraya.
Juan siempre respetó los recursos
naturales; jamás tomaba más de lo que necesitaba para su subsistencia y la de
su familia; enseñó a muchos este principio y a pescar con atarraya y en forma
de buceo, otra de sus habilidades; cuentan que buceaba para capturar meros, los
había de 1.50 a 2 metros de largo, y al atraparla uno lo amarraba por la
mandíbula, con un cáñamo, a las raíces del manglar; de tal forma que pudiera
seguir abriendo la boca y capturar nutrientes y pececillos que lo mantuvieran
con vida; él salía al pueblo a ofrecerlo y solo cuando realizaba su venta lo
extraía de las aguas y lo entregaba al comprador.
El legado ambientalista, moral y
cultural de Juan Polo sigue vivo en las raíces de la conciencia colectiva; más
se requiere de una pedagogía práctica, vivencial que recuerde y oriente a
nuevas generaciones las relaciones de armonía con el ecosistema.