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Una ciudad que se debate entre el desarrollo y la sostenibilidad. |
Caminar la ciudad es conocerla, y
por antonomasia a su sociedad. Acomodando el espejo retrovisor de la ciudad que
avanza a paso firme con su “revolución del concreto”, me encontré caminando de
la iglesia María Auxiliadora a Los Ejecutivos a plenas 10 de la mañana. Buscaba
fotos para registrar el efecto que ha tenido el trazado de Transcaribe en los árboles del sector. Recordé los que ya no existen y miré con tristeza cómo el
concepto de desarrollo en la ciudad no incluye a los árboles, las aves, los
seres vivos.
El periplo inicia esquivando
carros y motos que hacen maniobras prohibidas, mientras la gente
instintivamente abre paso en los cruces destinados sólo para peatones, para que
estos locos al volate eviten hacer el retorno. Los andenes de esa inerte
avenida son utilizados como parqueadero, taller, zona de venta, de pintura,
basurero, orinal e inevitablemente lugar de reposo para habitantes de la calle.
El hermoso día soleado cobra por ventanilla y la temperatura aumenta, orquestada
por las cornetas de los buses y esa particular rocola repleta de “Música
urbana” que los muchachos de universidades cercanas se “vacilan” con una
costeñita en la mano.
Pronto me veo caminando en la
carretera para esquivar el inexpugnable parapeto de alguien, que vilmente ha
ocupado (creyendo quizás que es suyo) todo el andén frente a su importante
negocio de autopartes, dejando para el tránsito peatonal menos de un metro en
un andén de casi cuatro metros. Que vaina tan jodida.
La gente busca la sombra, la que
se puede encontrar. Infortunadamente la muerte me encontró a mí. El cadáver de
un perro muerto yacía en la calle, en un basurero satélite, con una sonrisa
burlona y siniestra; casi celebrando a posteriori su partida de ésta “vida de
perro”. No obstante, los que aún quedamos en pié no podemos seguir asesinando a
las demás especies con esos juguetes del progreso, como los carros o las motosierras
(en el caso de los árboles) pues a este paso vamos a terminar comiendo oro,
bebiendo petróleo y durmiendo sobre pavimento.
Parecía que ya todo terminaba en
sudor y lágrimas, no obstante un tumulto al lado del Colegio Departamental le
aportaría la sangre a este recorrido. Estudiantes se aglomeraban mientras
personas con palos explicaban a los policiales recién llegados lo que había pasado.
Una turista europea caminaba por el sector y un par de malhechores la abordaron
para despojarla de su bolso, ella opuso resistencia y en el forcejeo cayó al
piso abriéndose la cabeza y lacerándose las rodillas. Su piel y su vestido
blanco contrastaban con el rojo vivo de la sangre que corría. Los infantes
comentaban acaloradamente lo sucedido mientras la ayudaban a levantar. La primera
pregunta que me surgió fue ¿Qué hacía ella caminando por aquí? Sin embargo la
pregunta más que una respuesta me desgarró una reflexión. Acaso los espacios turísticos
en Cartagena deben ser reducidos al centro y Bocagrande; qué tiene de raro que
una turista quiera conocer a Cartagena en toda su dimensión. Sin duda lo hizo,
miró de frente el rostro de la delincuencia, o quizás la falta de oportunidades
de una juventud desperdiciada y ociosa.
Con el ánimo maltrecho y con los
ojos abiertos para no ser el “pagapato” del robo frustrado, continué camino
mientras me preguntaba quien tenía la culpa. ¿Es la inequidad, la
discriminación, la falta de oportunidades? Una de las desventajas de la ciudad
es que jamás ha estado preparada para serlo, su infraestructura es deficiente,
la miseria agobia a miles de familias y la falta de gobernantes comprometidos
con un cambio estructural ha mantenido en un retraso que los cartageneros
parecen no aceptar. El mayor capital de la ciudad es su gente, alegre, generosa
y acogedora, sin embargo parecería que eso tampoco se incluye en los planes de
gobierno. Cartagena no es para el Cartagenero.
Una mototaxi veloz me devuelve a
la realidad, ni siquiera en la cebra se está seguro. Estas acciones y actitudes
aparentemente normales y del diario vivir cartagenero demuestran que no estamos
entrenados para ejercer nuestra ciudadanía de manera seria y responsable. El mal
uso del voto, el silencio cómplice al ver el maltrato a un animal, a una mujer
o a un ser vivo; la falta de compromiso con la ciudad y su desarrollo sostenible
reflejan la triste realidad, crecimos sin dios ni ley, y si no me creen, miren
en sus barrios.
Cartagena de Indias es una ciudad
mágica, por ende la futura urbe deberá brindar mejores condiciones de vida a
sus habitantes, teniendo en cuenta las maneras de vivir de nuestra gente y su idiosincrasia
para que no siga siendo necesario exportar modelos que no son sustentables si
se piensan para la ciudad. La responsabilidad empresarial también deberá
empezar a fortalecerse para que los efectos colaterales de las intervenciones
al medio ambiente no dejen un impacto tan severo en la ya calcínante “ciudad inmóvil”.
Qué periplo tan reflexivo!! Me gusta mucho tu artículo..