El Espejo Negro publica esta columna de opinión para solidarizarse con la exigencia de respeto y no discriminación de la población LGTBI de Cartagena y por que creemos que la actitud de varios comunicadores ayer no fue adecuada y refuerza los estereotipos de una profesión que requiere respeto por los protagonistas de una historia y profesionalismo para contarla.
Texto de la Columnista Claudia Ayola publicado en 4 Gatos
Después que
a una señora incómoda y altanera, residente del conjunto residencial Las
Bóvedas de Cartagena, se le ocurriera llamar a la Policía por haber visto
frente a su vivienda a una pareja de mujeres besándose, y después de que la
Policía, guiada por su homofobia, o por su ignorancia, o por la incapacidad de
seguir lo que ordena la Constitución y sus propias directivas institucionales,
se le diera por exigirle a las jóvenes que desalojaran el lugar; a las
organizaciones sociales de defensa de los derechos LGTBI y de los derechos de
las mujeres, no les quedó otra que movilizarse.
Y es que las
movilizaciones sociales ocurren gracias a los absurdos, a la incapacidad que
tenemos para reconocer a los otros en sus plenas diferencias. Entonces, en unas
cuantas horas, los líderes LGTBI convocaron a una “besatón” frente al mismo
conjunto residencial, ubicado en el centro histórico de la ciudad. Se
concentraron en el lugar a las 5 de la tarde del pasado miércoles con pancartas
que decían “Venimos a besarnos”, “no hay nada de inmoral en besarse con amor”,
“1482 Ley Antidiscriminación”, entre otras tantas.
La prensa,
como nunca antes, se presentó de manera masiva. Cámaras de televisión de medios
locales y nacionales, periodistas de prensa escrita y de radio, fotógrafos,
empezaron a pedirles a los activistas que dejaran de hablar y que se apuraran a
besarse.
Por un
momento, el espectáculo tan anunciado, pasó a un segundo plano. Quizá la
cuestión más crítica no era ver a hombres besándose con hombres, el verdadero
asunto era ver a periodistas presionando para que el show mediático comenzara
pronto: “A nosotros nos llamaron para una cosa, si no se van a besar dígannos
de una vez”, “Necesito que empiecen a besarse ¡ya! porque se va la luz y no
puedo grabar”, “Nosotros no los vamos a obligar a besarse, pero si no se besan
no hay noticia”
Alfonso
Marrugo, el líder de la Corporación Caribe
Afirmativo, que había convocado el plantón, se dirigió a la multitud de
manera valiente, habló de derechos al espacio público, de los abusos
policiales, de la lucha contra la homofobia, del incumplimiento de una
directiva de la misma Policía, pero a los periodistas no parecía importarles el
tema. Rubiela Valderrama, reconocida líder del movimiento de
mujeres, hizo lo propio y con entusiasmo se refirió a la inaceptable violencia
contra las mujeres. Sin embargo, esto tampoco parecía importarles a los
periodistas que, tan solo, pretendían obtener unas fotografías de los besos
prometidos.
Los
activistas no estaban decididos a actuar bajo presión, porque era evidente el
desinterés en el tema de fondo, y el absoluto interés en el show mediático.
Sin embargo, cuando la tensión cedió un poco, empezaron unos tímidos
besos, que finalmente fueron tomando entusiasmo.
Christian
Howard, líder de la organización Calleshortbus,
dijo con cierta sorna: “Señores periodistas, quieren besos, se están
perdiendo”; y la prensa actuó como perros de caza. Sin embargo, después
de algunos besos, una periodista dijo: “Ya le mandé la foto a mi jefe y dice
que no sirve. Se tienen que besar todos al mismo tiempo o no salen”.
Los activistas
comprendieron para qué iba la prensa. Y varias parejas se besaron al
mismo tiempo. Algunos periodistas se sintieron satisfechos. Aunque la
‘reportera’ de RCN Televisión lucía molesta, insistía en que
la luz ‘se había ido’. Se acercó a aclararme que ella no era homofóbica,
y que bueno, si habían hablado de besos, debían besarse. Le expliqué que
la agenda de la realidad social no se debía ajustar a la agenda mediática, y
ella me aseguró que esa era la teoría, pero que en la práctica sí. Le
cuestioné esa manera de hacer periodismo, y le insistí que los medios debían
ajustarse a la realidad social, que leyera a Kapuscinski (reportero polaco),
pero dudo mucho que ella supiera quién es Kapu. Me dijo que “él no
trabajaba en Colombia y que aquí las cosas eran muy diferentes”.
Y quizá
tiene razón. Colombia es el país en el que las liberaciones se de los
secuestrados tienen bandas sonoras, aún cuando son en directo. La
periodista se fue molesta porque le hicieron perder su tiempo, porque entrada
la noche, la luz había empezado a irse, y con la luz se iría la posibilidad de
tener una nota y aumentar la suma de fin de mes.
Un
periodista, mucho más sensato, explicó que una cosa era el periodismo que se
aprendía en las escuelas y otro muy distinto el que se hacía en la realidad,
que si el jefe decía que no salía la nota, no salía, y que ellos no podían
hacer nada.
Esta
sinceridad cuestiona, sin duda, qué se enseña es las escuelas de periodismo y
cuánto aplica esto al verdadero desempeño del oficio. Cómo se puede ser
un periodista decente en medio de esta maraña de pretensiones mediáticas.
Una vez la
prensa se fue, las dos mujeres que fueron víctimas de los abusos policivos
comenzaron a besarse espontáneamente. Un beso apasionado, dulce y amoroso a la
vista de los policías y de los vecinos del conjunto residencial que se
encontraban cerca. Un beso libre y prolongado. Esto, por supuesto, no lo vieron
los periodistas, ni pudo ser registrado en ningún medio de comunicación.
El artículo original puede ser consultado en el siguiente enlace
Una soberana maricada. Recojanse.